desde chico, mirando el cielo

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Retazos de la vida, recuerdos de la infancia y de la juventud. Alberto Horacio Cedrón, el hermano mayor.

Un día estábamos en el bar El Moderno, con una banda... Y aparece uno que se llamaba Grillo pero nosotros le decíamos El Guerrillero Erótico porque, con el verso de que era de la guerrilla, levantaba minas a rolete. Un atorrante. Pero ese día estaba desesperado: “Si hoy no pago tanta guita, me echan de casa con mi familia”. Nosotros bajamos la cabeza porque no podíamos hacer nada, había una mishiadura atroz. Era una cantidad importante, como si dijéramos hoy, no sé, mil quinientos pesos. Ese día estaba Jorge, que en esa época estaba filmando. No lo conocía al tipo, pero se levantó y le dijo: “¿Cuánto le hace falta a usted?”. “Mil quinientos pesos.” Entonces empezó a sacar billetes, le dio la guita y el tipo se fue, agradecidísimo y jurándole que en un mes se la devolvía. Nosotros nos quedamos mirando a Jorge: “¿Vos estás en pedo?”, le dijimos. “Esa guita no la vas a ver nunca más.” Y nos contestó: “Ustedes no entienden nada. Hoy hice el negocio más grande mi vida. ¿ Vos sabés lo que yo fui para ere tipo? Fui Dios. ¿No les parece barato ser Dios por mil quinientos mangos?”.

 

Mi viejo era secretario general de la seccional 16 del Partido Socialista, que estaba en la calle Republiquetas y Ciudad de la Paz. Después se dio cuenta de que eran todos unos burgueses y los mandó a la mierda. Básicamente, mi viejo era un tipo que quería justicia y se indignaba con la injusticia. Eso era.

 

Mi viejo era buenísimo. Medio colifa, como todos nosotros, pero muy bueno. Dios le dio el as de espadas, el de bastos... todas las barajas le dio, y jamás tuvo un mango. Inventaba máquinas, aparatos... Todo funcionaba, era un mecánico extraordinario. Pero él se las arreglaba de alguna manera para andar siempre sin un sope.

 

Fue el 4 de junio de 1943 a las once de la mañana. Mamá estaba desesperada, porque había una balacera bárbara y tenía a todos los hijos dispersos por ahí. Y mi abuelo venía con los dos mellizos de la mano. Mi vieja le gritaba y él dijo: “No te calentés María, que tiran al área”. Pero los soldados caían como pajaritos. Yo tenía seis años y tuve que cruzar la General Paz por encima de los cuerpos de los soldados. Uno estaba vivo y me dijo: “Nene nene..., mamita querida... ”. Yo no entendía nada.

 

Hacíamos cada quilombo... Mi abuelo me decía Peste bubónica. Era protestante y el culto protestante en esa época era muy formal. Eran todos ingleses, alemanes... el servicio era una cosa muy seria, se iba vestido muy sobriamente. Ya era grande el abuelo y no veía bien. Un día me llamó y me dijo: “Peste bubónica, vení acá. Haceme el nudo de la corbata”. Al lado del ropero de mi abuelo estaba el de mi tío sodero, y en esa época había corbatas de los distintos cuadros, para llevar a la cancha. Mi tío tenía varias. Jorge estaba ahí, era chiquito, y me dijo: “Ponele esta”. Y me dio una corbata amarilla y azul, con un escudo que decía “Boca campeón”. Y así lo mandamos al abuelo: de sombrero, traje gris y con la corbata de Boca.

El Clan Cedron

Una vez a mi viejo se le mojaron los zapatos con la lluvia, los puso a secar al horno y se los olvidó. Al otro día aparecieron chiquititos así...

En invierno nos leía. Nos criamos escuchándole el Martín Fierro y Corazón de Edmundo De Amicis.

Nosotros en casa vivíamos una permanente dicotomía. Mi vieja era peronista pero mi viejo no, así que cada vez que se peleaban mi vieja gritaba: “¡Viva Perón!” y salía corriendo...

Compró una casa en medio del campo. No había ni gas, ni luz, ni nada. Nosotros le dijimos: “Pero papá, ¡no hay luz acá..!”. Y él contestó: “Eso no es problema. Yo enseguida lo arreglo”. Agarró una dínamo de auto, sacó la bobina, le hizo bajar las revoluciones, le puso una hélice, seis baterías y lo montó en el techo de la casa... Hizo un molino de doce voltios. Y la casa tuvo luz

Cuando yo iba para casa en la bicicleta, lo primero que veía era siempre el molino en el techo. Un día no lo vi, no estaba...

Llegó el viejo y preguntó: “¿Qué pasó con la luz?”. Saltó Osvaldo, que era valiente, y le dijo: “Le cambié la vaca por el molino a Don Bombín”. El viejo se lo quedó mirando, yo pensé que lo iba a matar. Pero Osvaldo dijo: “Ahora viene el invierno, el trabajo disminuye, y ¿qué vamos a comer? ¿Sánguches de electricidad?”. Entonces mi viejo dijo: “Está muy bien, ahora vamos a tener leche”. Era así él. Cada cual bacía su cosa anárquica y el viejo nunca ejerció el poder. Aunque fueras un pibe, si había una razón para explicarle, él te respetaba.

Yo tenía un piloto lindo, cuando me lo ponía parecía Dick Tracy. Un día vino Jorge y me dijo: “Prestame el piloto”. “Tomá, pero mañana me lo devolvés.” Al otro día encontré el piloto todo cortado, parecían los flecos de un barrilete. Le dije: “¡Hijo de puta! ¿Qué hiciste?”. “Callate que si no es por el piloto, estaba muerto.” Parece que Jorge y otro atorrante iban a lo de un tipo que alquilaba caballos y les cortaban la cola. Después se las vendían a una fábrica de pinceles. Pero ese día el dueño se había quedado a esperarlos escondido y cuando los vio, salió con un facón. Si Jorge no hubiera tenido puesto el piloto, lo embocaban.

El cine que quema