las ideas si no se llevan a la práctica te las espanta el viento

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“Viste cuando estás en la cama y no hay forma de acomodarse, cuando sentís que la noche está maldita... toda una noche maldita que me llevó muchos años, por eso estoy acá, no aguanté más, extrañaba el humor argentino y la luz de esta ciudad, sabés qué distinta es la luz allá”

Mural Venezuela

EL MURAL, esa dimensión implacable, ese territorio de la plástica donde las firmas quedan como para siempre y no hay bajada de cuadros que cierre el telón. Ya había ensayado en Río; en Buenos Aires, un premio por concurso de la Fiat Concord le da la pared necesaria. Ahí exalta hasta la perfección su talento de imaginero, se pelea con el barro, estampa su exasperado universo en la cerámica. Enloquecidos, densos como un verso de Blake, sus caballos, sus caras, sus hombres deformados como desde adentro ocupan veinte muros más a lo largo de la ciudad, cantan una tragedia desorbitada e íntima como la sangre, son impiadosos para mirar y ser mirados, se degüellan, corren, cruzan el mar.

Son cuatro: uno parece no tener cara; el otro es un típico porteño nacido en Avellaneda; el otro es la mitad de lo que fue: le faltan las piernas y hay que sentarlo sobre una silla alta cuando juegan al truco para matar el tiempo de la travesía, y se llama Carlitos. A veces, tirando una carta, el de Avellaneda dice: “Che, Carlitos, no pitiés por abajo de la mesa”. Cuando cruzan la línea del trópico, el de Avellaneda saca un paquete del bolsillo, y dice: “Carlitos, en esta hora solemne, por ser tan buen compañero, hemos decidido hacerte un regalo”. Carlitos lo abre, tembloroso; es un par de medias tres cuartos.

“El otro era yo –dice Alberto Cedrón, recordando su travesía Barcelona-Buenos Aires–. Entonces entendí esta ciudad, este país.” Venía de las tumultuosas ciudades de Europa: del París ancestral, plagado de pintores y cultura; de la Alemania industrial; de la provinciana España –donde clavó sus murales y vendió dos exposiciones enteras–, de los siglos. Había visto cuadros importantes y barrios de prostitutas y manifestaciones estudiantiles. Y ahí estaban esos argentinos. “Este país es la agresión, y el aprendizaje de la agresión para la defensa. Pero también es el tumulto, y el encontronazo, y en eso están nuestra fuerza, nuestra riqueza, nuestras diversas maneras de atacar y por lo tanto reflejar el mundo.” Ahí está la fuerza –dice Cedrón– que debe aprovechar, y está aprovechando, la plástica argentina.

Ahí nació, tal vez, una nueva concepción de mural, y del dibujo, y de la pintura. En esa ironía y en esa nueva capacidad para reírnos de nosotros mismos, en la negación y en la exaltación de la plástica, en el duro trabajo del artesano que impone cosas al mundo.

Alberto Cedrón vio Europa; tal vez desde allá midió Buenos Aires. No sabe si han vuelto sus caballos y sus hombres retorcidos y sus caras abiertas en un grito. Pero un día cualquiera –lo presagian los bocetos amontonados en su taller–, el eco de esas imágenes va a asaltarnos desde algún lugar de la ciudad, desde una pared o desde un marco. Puede ser peligroso, sorpresivo; en el fondo de su horno de cerámica, en el costado más oculto de sus frascos de tinta china, algo se está gestando implacable.
Miguel Briante
Escritor, periodista y crítico de arte (1944-1995). Fragmento de un artículo publicado originalmente en la revista ARTiempo, de abril-mayo de 1969.

En la plaza Roberto Arlt, el Gobierno porteño realizó obras de infraestructura, incorporó paisajismo y renovó el mobiliario urbano, de forma tal que fue mejorado el tránsito peatonal por la calle Esmeralda y el acceso a la Plaza.
Dos murales de 6 metros de altura realizados por el artista Alberto Cedrón y que están siendo puestos en valor detrás de dos telones ploteados, ubicados transitoriamente, les dará un marco cultural al paseo céntrico.

Mural Neuquen

Alberto Cedrón, estuvo durante un tiempo en la Ciudad de Neuquén con la tarea de restauración del mural.
Ayudado por el pintor Luis Padilla –actual director de Exposiciones de la Sala de Arte Emilio Saraco de esta ciudad- Cedrón volvió a dar vida a los colores originales de la obra, que reproduce la vida en la Patagonia contada por su tío César, fundador en Santa Cruz de la minera Aluminé y habitante de Neuquén.
“Él era un personaje que creaba escuelas por todo el país y siempre me hablaba del sur. En un paso por la ciudad decidi, en su memoria y porque él siempre fue una inspiración para mí, dedicarle este mural, que si bien no tiene nombre podría ser ‘Al tío César’”, rememoró Cedrón.

Alberto Cedrón - fotos de murales

Un día, el eco de esas imágenes...
La ciudad de Neuquén atesora dos de sus murales
El renacimiento de un mural